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Sources


Henry Ballate, The Source, 2017, Installation, dimensions variable. at Kendall Art Center

Siempre he defendido que junto a toda buena obra de arte existe un pensamiento teórico afianzado. En ocasiones, la pieza funciona como constante para ese pensamiento crítico, en ocasiones, funciona como su detonante. Este último caso, por supuesto, es muchísimo más intenso, interesante, explicativo y revelador. Definitivo.

Pienso en Duchamp montando su fuente en medio de una galería, firmando su fuente, diciendo esto no es un urinario, y el público aplaudiendo. Tras de él pienso en Arthur Danto y un poco más atrás en George Dickie y pienso en cómo se abre la postmodernidad y pienso en el mismo Duchamp diciéndonos: estoy interesado en las ideas, no simplemente en los productos visuales.

Y pienso en la idea, y como la idea es intangible pienso en su corporización de frente a los nuevos tiempos. Y vuelvo a Duchamp y pienso qué haría Duchamp en los nuevos tiempos. Y pienso que Duchamp no ha muerto, que ‘’siempre son los demás los que se mueren’’.

Duchamp alumbró los caminos para el arte contemporáneo. Lo anterior resulta a estas alturas un axioma mil veces repetido. Ni siquiera me tomaré una línea para explicarlo: todo lo que vino después de Duchamp bebe de él, necesariamente bebe de él.

Duchamp abrió la intertextualidad, el conceptualismo, la pérdida del aura de la obra, la institucionalización del arte. Después de él, ya nada quedo en el mismo lugar. Nada fue sostenible sin su firma. No caben dudas de que el urinario es la pieza más auténtica, artística y valiosa del siglo XX.

Ahora, habría que preguntarse hacia dónde apuntan los tiros, donde se orina el arte del siglo XXI. Y aunque muchos pequen de escepticismo, y aunque yo misma peque… creo que en ocasiones sale a la luz alguna pieza que nos hace creer en la reencarnación.

Si Duchamp viviera –sé que estoy sonando un poco fanática, pero es que en esencia lo soy-, si Duchamp viviera esta sería su obra y la firma de Henry Ballate seria el equivalente a la de R. Mutt en aquel urinario de 1917.

No voy a ponerme obvia planteándoles las razones que me impulsan a pensar lo anterior, ni les comentaré sobre la escogencia de un elemento de nuestra cotidianidad convirtiéndose en icono de la plástica, ni les hablaré de la comercialización del arte, ni de la globalización de la información. Bueno, quizás de eso sí les comentaré un poco.

Sobrepasados ya los límites que inquietaban a Duchamp de frente al poder de la Institución Arte, surgen nuevos retos para el mundo contemporáneo dentro de los que despunta la posibilidad generalizada del acceso a la obra, la afluencia descontrolada de información, la tenencia y no tenencia de la totalidad del conocimiento, la incapacidad que genera la posibilidad de abarcarlo todo.

Ya lo advirtió Warhol antes, ya Warhol había conducido el consumismo hacia el área más peligrosa de todas: el arte.

Ahí, sobre ese punto se coloca este cuadro firmado por un tal señor Ballate. ¿Sabrá que su obra no es más que un pretexto para reverenciar, quizás actualizar la memoria de aquella dupla grande del Dadá y el pop? Supongamos que sabe. Supongamos que a ello se debe la prestancia de utilizar procedimientos y materiales tradicionales para dar hechura a su pieza, un QR, un simple QR que como todo buen QR resulta, aunque semejante a los de su especie, único e irrepetible.

La mano del creador (quizás el elemento de menos importancia frente a este entramado) conduce, con pericia ajedrecística la disposición de los pequeños cuadros negri-blancos en el canvas, de manera tal que al final del camino y dando participación a un espectador -mediado por su contemporánea extensión de apertura al mundo (Digital Devices)- se encuentre cara a cara con una obra del arte universal. Esta es la idea, en pocas palabras: regalar una obra escondida tras un QR.

¿Es acaso esto arte? Quizás, si nos atenemos a los propios principios de la Institucionalización, donde todo elemento presentado en un círculo del arte y apreciado por un público del arte se convierte inmediatamente en una buena o mala pieza, pero pieza artística al fin. Sin embargo, quizás no sea arte. Quizás no sea arte en puridad, y se crezca como una mezcla de ejercicio curatorial globalizado. ¿Habrá una intención determinada detrás de la selección de las obras que asoman por la ventana del QR?

¿Serán estas obras icónicas, serán puntuales, traerán un mensaje a quien las busca? Supongamos que sí. Y supongamos que por esa simple razón, la primera de ellas, la primogénita de la serie nos presenta ‘’El Urinario’’ a través de una obra interactiva, compuesta de pequeños canvas negros, concebidos de forma tradicional. A 100 años del nacimiento de “The Fountaine’’, “The Source” de Henry Ballate resulta una pieza que puede transformarse a través de la redisposición de sus componentes, llevando al espectador a vivenciar también otras obras relevantes de la Historia del Arte.

Después, poco importa el orden de aprehensión de la muestra, es interés de este proyecto el llegar a su público de la misma forma caótica y fraccionada en que vuela la información. Es su interés divagar entre la techné de la pieza en sí y la techné clásica de lo que se encuentra online, disociarnos frente a la autenticidad de la obra, frente a la legitimidad de la obra, frente a la eficacia y esencia de la obra.

A todas estas, ¿cuál es la obra?

¿Quién es el artista?

¡Oh Duchamp!

¡Lo que has hecho del arte contemporáneo!

Roxana M. Bermejo

Posted on 6 Dec 2017 in Art Solido // Visual Art

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